RELATOS CON ALMA.
SEGUNDAS OPORTUNIDADES
A
través de la ventana, Silvia veía como el sol derretía el hielo que, de forma
tozuda, se agarraba al frío del ambiente.
Raúl,
el chico de mantenimiento, la saludó desde el andamio, lugar desde donde se
afanaba en limpiar los cristales, haciendo desaparecer todo vestigio de lluvia.
Con
aire cansado, Silvia se dirigió al ordenador y se puso a trabajar sobre el
informe que tenía entre manos “La pesca
ilegal del Delfín”. Tenía que estar sobre la mesa de César, su jefe, esa
misma tarde. Había sido muy claro al respecto:
-Silvia no hay excusa,
si no te ves capacitada para terminar ese informe, lo hará otro más eficaz.
-No te preocupes César,
tendrás el informe sobre tu mesa a las 5: 00.
El
ruido en la escalera empezó a hacerse hueco a través del silencio. La puerta
del ascensor se cerró tras un portazo. Risas y jaleos infantiles llenaron el
portal. La casa estaba a oscuras. María y Tono esperaban a que Jorge abriese la
puerta, mientras se escupían el uno al otro, los restos de batido de chocolate
de sus respectivas pajitas.
-¡Jo papá!, ¡María me
ha dado en todo el ojo y yo sólo le he tirado un poquito del pelo, es una
quejica!
La
mirada cansada de Jorge se posó en sus hijos y con un solo gesto los hizo
callar. Los niños agacharon la cabeza con temor. Esa tarde Silvia llegaría
tarde.
En
la oficina todo era un caos. La celebración sería el 12 de Febrero a las 21:00
en el gran casino. Invitados excepcionales, de todos los lugares, acudirían a
la presentación de una de las revistas más importantes del momento en el ámbito
de la Ecología.
Silvia
se afanaba, junto con Ignacio, en todos los preparativos. Invitaciones,
carteles, la publicación del evento en la página web, alojamiento de los
invitados, etc. No podía fallar nada, se jugaba su carrera. Esa noche llegaría
tarde. Los niños dormirían y Jorge…también.
Ignacio,
evitando la mirada de Silvia, la seguía por todo el pasillo. La conocía hacía 8
años. Entró a trabajar en la empresa antes que él. Sabía que era una mujer muy
válida, peligrosamente válida. Mientras la seguía por el pasillo, no podía
evitar mirar el pliegue de la falda en sus piernas.
- ¡Ignacio! -le
asaltó Carlos en el pasillo, entrando cargado hasta las cejas de papeles- ¿tienes tiempo para un café o aún no te has
cansado de mirarle el culo a Silvia?
- No puedo Carlos-
contestó Ignacio- tal vez más tarde.
Silvia
ignorando el comentario de Carlos, al que estaba muy acostumbrada, siguió con
su tarea. Debía darse prisa. Tenía que ir al supermercado y a la tintorería al
salir de la oficina. Seguro que Jorge se había olvidado de ir y los niños no
tendrían cereales para el desayuno. Estaba tan cansada.
Recordaba
cuando entró a trabajar en la empresa. Su excepcional currículum, impresionó al
Director que le había prometido darle el puesto que se merecía en cuanto
tuviese oportunidad. Habían pasado 8 años desde entonces y había visto ascender
a sus compañeros varones, uno tras otro, con total impotencia. Necesitaba su
trabajo. Sus hijos la necesitaban y Jorge, eterno soñador, aún esperaba el
trabajo de su vida.
Jorge
siempre se hacía un lío con las tortillas francesas. Nunca sabía si Silvia se
las hacía de un huevo o de dos a los niños. Pensó que mejor les hacía un
sándwich. Notaba que su humor iba cambiando hasta notar la rabia casi en la
boca. Silvia debería estar aquí. Mientras sacaba el pan de la bolsa llamaron al
timbre. Quizás fuese el pesado del tercer piso. Había venido, varias veces, a
pedirle explicaciones sobre la pintura del pasillo aludiendo, una y otra vez,
la mala educación de sus hijos que manchaban las paredes. Tal vez pronto le
llamasen de ese periódico de Londres y podrían mudarse. Estaba deseando irse de
allí y que Silvia le dedicase todo el tiempo del mundo. Sabía que Silvia se
iría con él. Nunca dejaría a sus hijos. Tendría que elegir y, por supuesto, lo
elegiría. El timbre de la puerta seguía sonando como si fuese un politono cada
vez más alto. Era Claudia, con su olor a incienso. El olor la perseguía por
todo el pasillo, trayéndole recuerdos de su vida de soltero.
-Necesito huevos,
¿tienes? - Le dijo Claudia con una mirada pícara en los ojos.
La
pregunta le produjo risa y la mirada de Claudia le provocó calor…
-¿Aún no ha llegado Silvia?, te veo muy
ajetreado, ¡qué mal te cuidan Jorge!
Silvia
llegó a las 11:00. Cansada y
desilusionada, viendo como su trabajo, de nuevo, no sería recompensado. Su
género no le hacía ningún favor, estaba segura que nunca ascendería. Nunca
habría un lugar para ella en esa empresa a pesar de tener el mejor currículum.
Jorge,
aún despierto, fumaba en la ventana de la cocina.
-Buenas noches cariño- le
dijo amablemente -¿aún no te has
acostado?
El
silencio de Jorge la puso nerviosa. Conocía ese silencio.
-¿Crees que me iba a
acostar y dejar que te metieras en la cama sigilosamente sin saber a la hora
que llegas?
El
cenicero se partió en dos sobre la mesa. La ceniza dibujó un macabro rastro
sobre el mantel. Silvia esquivó su mirada enfurecida e intentó calmarlo. No
quería despertar a sus hijos.
-Javier, ya sabes de
donde vengo. Tenía que presentar un informe, preparar la gala para mañana.
Tenía que quedarme hasta tarde, te lo dije…lo sabías… -terminó
diciéndole con voz ahogada.
-¡Estoy harto de tus
cosas, de tu trabajo y de que intentes ser lo que no eres! ¡Tu obligación es
estar con tus hijos!
-Javier, no tienes
trabajo, ¿qué quieres que haga?
Se
acercó a ella con paso vacilante. Había bebido. Notó un aroma en su ropa no del
todo desconocida. Olía a incienso.
-¡Es la última vez
Silvia!, no estoy dispuesto a hacer de madre de tus hijos .Ya has jugado
bastante a ser mujer libre e independiente, ¡te lo advierto!
Su
mano se paró a mitad de camino de la cara de Silvia. La desesperación, el
cansancio y un sentimiento cada vez más común, el miedo, llenó cada hueco de su
pequeño cuerpo. Cada vez se sentía más pequeña.
La
noche de la presentación, Silvia intentó ocultar su tristeza con su anti ojeras.
Se vistió el cuerpo con un discreto vestido negro y su alma con la resignación
que ocupaba sus días.
Llegó
al evento en su coche.
Sola.
Se
dirigió a la mesa donde esperaban sus compañeros, todos hombres, y se sentó
después de un breve saludo. Estaba nerviosa.
Los
ecos de la noche anterior, zumbaban en su cabeza como avispas enfadadas. Tuvo
que tragarse las lágrimas. Esa noche no podía llorar. Todo fue como la seda
hasta que César, su jefe, anunció el próximo ascenso y como tal una mención de
honor en la empresa. Oyó como el nombre de Carlos resonaba tras el micrófono
por todo el salón. Vio como, orgulloso, subía los peldaños de su ego. No podía
creerlo. Se excusó para ir al baño y frente al espejo lloró lágrimas amargas de
impotencia.
Cuando
llegó a casa el correo la esperaba sobre la mesa de la cocina. Había una carta
de Londres. Era para Jorge. Jorge no estaba y los niños estaban con su madre.
Supuso que se había ido a celebrarlo. Efectivamente, le habían dado el trabajo
de Londres. Mil imágenes pasaron por su cabeza. La fiesta. Carlos. Londres. Sus
hijos. Tenía que tomar una decisión, veía que su vida, todo por lo que había
luchado, estaba a punto de dar un cambio radical.
Esa
noche se fue a la cama sola. Y pensó cómo sería su vida sin Jorge. Lejos de su
violencia, de sus gritos y del miedo que cada vez anidaba más en su corazón. Jorge
llegó de madrugada con olor a alcohol. Ella fingió estar dormida.
La
mañana en la oficina no estaba siendo fácil. Sentía que la miraban a
hurtadillas. Sentía un aire extraño en cada habitación en la que entraba. César
la llamó desde el teléfono interno del despacho. Silvia se dirigió hacia allí.
-Silvia imagino que no
te esperabas el ascenso de Carlos, pero no he tenido más remedio. Debía un
favor y tenía que devolverlo.
¿Cómo
se podía ser tan cínico? Lo miró con desprecio y salió del despacho.
No
resultó fácil deshacer su vida y la de sus hijos. Deshacer sus ilusiones, pero
tenía que hacerlo si quería recuperar su dignidad, su libertad y sentir que
podía ser algo más que esposa y madre. La separación fue dura. Sobre todo ver
en la cara de sus hijos tantos interrogantes. Decidió huir de lo que sabía se
convertiría en un infierno. Hizo su maleta y dejó a sus hijos con su madre
hasta que puso en orden su vida. Jorge se fue sin mirar atrás. Sus hijos, debió
pensarlo mejor, serían un estorbo para su nueva vida. Todo fue muy rápido. Y
decisivo. Sabía que en su empresa no tendría futuro pero era una mujer
preparada y por fin, segura de sí misma. La vida le daba una segunda
oportunidad.
Ahí os dejo otro pequeño cachito de mi imaginación.
Espero que os guste.