miércoles, 13 de marzo de 2013



LAS AVISPAS

  Bajo el sofocante calor de la tarde se encontraba la niña buscando algún juego para pasar las largas horas de verano.
  En su corral, junto con las hortensias y los claveles de su abuela y los sofocados pájaros colgados de sus jaulas, buscaba la forma de entretenerse.
  Se distraía con un juego de lo más inocente: echaba hormigas a las telarañas y veía como éstas, con sus largas patas, hacían rápidamente un saquito de seda, reservando su festín.
  Le gustaba cantar e imaginar que actuaba sobre un escenario vestida con un precioso traje. Se imaginaba siendo reina del carnaval y animando a los niños a cantar con ella.
  
-¡Moniquilla, ¿dónde estás?, ¿cómo puedes estar ahí con este calor? -entraba su Manena toda sofocada, abanico en mano.
 - He venido a ver a los pájaros por si necesitaban algo, Manena 
 -¿Y qué van a necesitar?, anda anda, ya estás con tus juegos, cántales algo verás como te acompañan.
  
  Y corriendo iba la niña a por su micrófono, que no era otro que el cazo de la cocina, y se disfrazaba con cualquier bata de su madre. Subía los escalones de dos en dos y, olvidando el calor, se ponía a cantar.
  Se olvidaba que estaba en un viejo corral lleno de trastos y paredes desconchadas, olvidaba a los pájaros, a las arañas, a las sufridas hormigas y olvidaba a su abuela, que sentada en la cocina, con su té con limón, escuchaba contenta a su niña cantar.
  
 Hasta que sudorosa salia de su sueño y escuchaba a las rabiosas avispas y, corriendo, huyendo de ellas, dejaba caer el cazo por el camino.



  En memoria a mi abuela, mi Manena, con todo el amor de su nieta, donde quiera que estés.   

        

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