LAS AVISPAS
Bajo el sofocante calor de la tarde se encontraba la niña buscando algún juego para pasar las largas horas de verano.
En su corral, junto con las hortensias y los claveles de su abuela y los sofocados pájaros colgados de sus jaulas, buscaba la forma de entretenerse.
Se distraía con un juego de lo más inocente: echaba hormigas a las telarañas y veía como éstas, con sus largas patas, hacían rápidamente un saquito de seda, reservando su festín.
Le gustaba cantar e imaginar que actuaba sobre un escenario vestida con un precioso traje. Se imaginaba siendo reina del carnaval y animando a los niños a cantar con ella.
-¡Moniquilla, ¿dónde estás?, ¿cómo puedes estar ahí con este calor? -entraba su Manena toda sofocada, abanico en mano.
- He venido a ver a los pájaros por si necesitaban algo, Manena
-¿Y qué van a necesitar?, anda anda, ya estás con tus juegos, cántales algo verás como te acompañan.
Y corriendo iba la niña a por su micrófono, que no era otro que el cazo de la cocina, y se disfrazaba con cualquier bata de su madre. Subía los escalones de dos en dos y, olvidando el calor, se ponía a cantar.
Se olvidaba que estaba en un viejo corral lleno de trastos y paredes desconchadas, olvidaba a los pájaros, a las arañas, a las sufridas hormigas y olvidaba a su abuela, que sentada en la cocina, con su té con limón, escuchaba contenta a su niña cantar.
Hasta que sudorosa salia de su sueño y escuchaba a las rabiosas avispas y, corriendo, huyendo de ellas, dejaba caer el cazo por el camino.
En memoria a mi abuela, mi Manena, con todo el amor de su nieta, donde quiera que estés.
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