RELATOS CON ALMA.
ALGO MÁS QUE UN REGALO.
El embarazo empezaba a delatarme sin compasión. Mi tripa crecía, haciendo cada vez más difícil mi rutina diaria en el instituto. Mamá, ni siquiera se había dado cuenta;demasiado ocupada trayendo dinero a casa. Papá, ni siquiera se había dado cuenta; demasiado fútbol.
Una y otra vez, mi cuerpo luchaba por mantener algo en mi estómago. Las noticias de las 6, anunciaron ese día que los aviones no saldrían de Barcelona por una densa niebla que amenazaba con permanecer al menos 24 horas más. Me tocaba retrasar mi vuelo. De todas formas, veía cada vez más complicado mi Erasmus en ese estado. Permanecer en Irlanda un año, me iba a resultar de lo más difícil si el embarazo continuaba. Sólo estaba de dos meses pero mi cuerpo no pesaba más de cuarenta y cinco kilos, con lo cual, mi tripa era muy sospechosa.
Elena estaría a mi lado si abortaba.Quizás, era la única persona que podía entender el por qué de aquella locura.
Clara no era felíz. Se debatía entre la vida y la muerte en una cama de hospital, a la espera de un corazón. Ramón, noche tras noche, presenciaba como se iba yendo, llenando sus días de impotencia y desesperación. Pero Clara asumía su destino, ¿qué otra opción le daba la vida?.
"El destino- me decía cuando iba a visitarla- es como un camino con baldosas rotas en medio de una calle oscura. Tú caminas sin ver donde vas a meter el pie en ningún momento".
Faltaba una semana para decidirme si me iba o no a Irlanda. Todo estaba preparado. Una locura, una puñetera locura.
Y entonces sucedió lo que llamamos, inocentemente, una ráfaga de buena suerte. Yo estaba desayunando mis cereales con miel, como todas las mañanas, cuando sonó el teléfono. Mamá fue a contestar. La cocina permanecía abierta al patio, a pesar, de que el maldito gato de los vecinos estaba harto de llevarse comida. A mitad de camino hacia mi boca dejé la cuchara en suspenso. Mamá gritaba una y otra vez-¡Que alegría Clara hija, no me lo puedo creer!¿Cuándo será el trasplante? ¿Te han dicho la fecha? ¡Dios mío que alegría!
Por fin, un corazón para Clara, sólo faltaba esperar las pruebas y preparar la operación. La vida le daba a mi hermana un nuevo guiño. Yo era felíz. Mi hermana y su nueva oportunidad.
Recordé entonces una conversación con Clara un año atrás, poco después de saber que estaba muy enferma, cuando volvió a sufrir otro aborto. Era el tercero, pero estaba decidida a llevar adelante su embarazo a pesar de las advertencias de su médico. Pero no fue posible, ya que su corazón estaba cada vez más débil y era inminente la necesidad de un trasplante. Aquello truncó sus pocas esperanzas.
Yo sabía lo importante que era para Clara ser madre. Desde pequeñas, la afectividad materna no fue un ejemplo a seguir. No culpábamos a mamá de estar siempre tan ocupada, la culpábamos de no admitir que hubiese preferido no ser madre.
La decisión estaba tomada. Me iría a Irlanda con mi secreto en la mochila. Al regreso, sobrarían las explicaciones porque cuando algo ya no tiene solución es absurdo razonarlas.
Pero, la tarde antes de mi salida hacia mi Erasmus, Clara se quedó sin corazón. La burocracia de transplantes había dejado, de nuevo, a mi hermana a la espera de un milagro para poder sobrevivir. La niebla me dejaba marchar pero la duda me ataba las tripas y me planteé desistir del viaje y quedarme junto a Clara, a pesar de tener que dar muchas explicaciones.
Subí a la cuarta planta donde Clara estaba ingresada. Habitación 322. Clara estaba pálida pero me esperaba con la misma dulzura en su cara.
-Cariño, tienes que hacer este viaje, aquí no puedes hacer nada, sólo serán unos meses y ya me han dicho que, tal vez, no tenga que esperar tanto. Cuando vuelvas de esa maravillosa aventura, yo mísma iré a recibirte. Haz ese viaje por mí, te lo mereces.
El avión salió a las 7 de la mañana, la niebla estaba bastante disipada y papá había ido a despedirme a la terminal, mamá estaba en una reunión.
A través de la ventanilla observaba pasar las nubes, el cielo estaba tan cerca, me sentía feliz de empezar a vivir por mi mísma y felíz porque al regresar Clara, seguramente, estaría más recuperada. El sueño empezó a vencerme despacio, muy despacio.
El impacto no fue tan traumático, nada lo fue en realidad. La velocidad de la inercia de la avión al chocar contra el océano, ayudó a que mi corazón dejara de latir antes de sentir el golpe.
Las noticias de las 6 anunciaron el accidente. Ningún superviviente, el océano se los tragó a todos.
En el hospital, la televisión estaba sin monedas. Ramón bajó al bar a conseguir cambio cuando en la televisión de la cafetería oyó la noticia. Era el avión en el que iba Teresa; tenía que decírselo a Clara. Un torbellino de pensamientos le vino a la cabeza. Aquella tarde en su casa, Clara estaba trabajando y Teresa vino a verle. Aquello estaba mal, pero adoraban a Clara y lo decidieron en la segunda taza de café. Teresa estaba dispuesta a ese sacrificio por su hermana y él tendría ese hijo tan deseado. Al fin y al cabo, era una decisión de ellos dos y de nadie más. En Irlanda, un buen amigo suyo iba a velar y a cuidar de Teresa durante el embarazo...
Ramón apuró el vaso de agua pensando que nada estaba decidido, que el destino, como decía Clara, no era mas que un camino de baldosas rotas y nunca sabes dónde vas a meter el pie.
Elena estaría a mi lado si abortaba.Quizás, era la única persona que podía entender el por qué de aquella locura.
Clara no era felíz. Se debatía entre la vida y la muerte en una cama de hospital, a la espera de un corazón. Ramón, noche tras noche, presenciaba como se iba yendo, llenando sus días de impotencia y desesperación. Pero Clara asumía su destino, ¿qué otra opción le daba la vida?.
"El destino- me decía cuando iba a visitarla- es como un camino con baldosas rotas en medio de una calle oscura. Tú caminas sin ver donde vas a meter el pie en ningún momento".
Faltaba una semana para decidirme si me iba o no a Irlanda. Todo estaba preparado. Una locura, una puñetera locura.
Y entonces sucedió lo que llamamos, inocentemente, una ráfaga de buena suerte. Yo estaba desayunando mis cereales con miel, como todas las mañanas, cuando sonó el teléfono. Mamá fue a contestar. La cocina permanecía abierta al patio, a pesar, de que el maldito gato de los vecinos estaba harto de llevarse comida. A mitad de camino hacia mi boca dejé la cuchara en suspenso. Mamá gritaba una y otra vez-¡Que alegría Clara hija, no me lo puedo creer!¿Cuándo será el trasplante? ¿Te han dicho la fecha? ¡Dios mío que alegría!
Por fin, un corazón para Clara, sólo faltaba esperar las pruebas y preparar la operación. La vida le daba a mi hermana un nuevo guiño. Yo era felíz. Mi hermana y su nueva oportunidad.
Recordé entonces una conversación con Clara un año atrás, poco después de saber que estaba muy enferma, cuando volvió a sufrir otro aborto. Era el tercero, pero estaba decidida a llevar adelante su embarazo a pesar de las advertencias de su médico. Pero no fue posible, ya que su corazón estaba cada vez más débil y era inminente la necesidad de un trasplante. Aquello truncó sus pocas esperanzas.
Yo sabía lo importante que era para Clara ser madre. Desde pequeñas, la afectividad materna no fue un ejemplo a seguir. No culpábamos a mamá de estar siempre tan ocupada, la culpábamos de no admitir que hubiese preferido no ser madre.
La decisión estaba tomada. Me iría a Irlanda con mi secreto en la mochila. Al regreso, sobrarían las explicaciones porque cuando algo ya no tiene solución es absurdo razonarlas.
Pero, la tarde antes de mi salida hacia mi Erasmus, Clara se quedó sin corazón. La burocracia de transplantes había dejado, de nuevo, a mi hermana a la espera de un milagro para poder sobrevivir. La niebla me dejaba marchar pero la duda me ataba las tripas y me planteé desistir del viaje y quedarme junto a Clara, a pesar de tener que dar muchas explicaciones.
Subí a la cuarta planta donde Clara estaba ingresada. Habitación 322. Clara estaba pálida pero me esperaba con la misma dulzura en su cara.
-Cariño, tienes que hacer este viaje, aquí no puedes hacer nada, sólo serán unos meses y ya me han dicho que, tal vez, no tenga que esperar tanto. Cuando vuelvas de esa maravillosa aventura, yo mísma iré a recibirte. Haz ese viaje por mí, te lo mereces.
El avión salió a las 7 de la mañana, la niebla estaba bastante disipada y papá había ido a despedirme a la terminal, mamá estaba en una reunión.
A través de la ventanilla observaba pasar las nubes, el cielo estaba tan cerca, me sentía feliz de empezar a vivir por mi mísma y felíz porque al regresar Clara, seguramente, estaría más recuperada. El sueño empezó a vencerme despacio, muy despacio.
El impacto no fue tan traumático, nada lo fue en realidad. La velocidad de la inercia de la avión al chocar contra el océano, ayudó a que mi corazón dejara de latir antes de sentir el golpe.
Las noticias de las 6 anunciaron el accidente. Ningún superviviente, el océano se los tragó a todos.
En el hospital, la televisión estaba sin monedas. Ramón bajó al bar a conseguir cambio cuando en la televisión de la cafetería oyó la noticia. Era el avión en el que iba Teresa; tenía que decírselo a Clara. Un torbellino de pensamientos le vino a la cabeza. Aquella tarde en su casa, Clara estaba trabajando y Teresa vino a verle. Aquello estaba mal, pero adoraban a Clara y lo decidieron en la segunda taza de café. Teresa estaba dispuesta a ese sacrificio por su hermana y él tendría ese hijo tan deseado. Al fin y al cabo, era una decisión de ellos dos y de nadie más. En Irlanda, un buen amigo suyo iba a velar y a cuidar de Teresa durante el embarazo...
Ramón apuró el vaso de agua pensando que nada estaba decidido, que el destino, como decía Clara, no era mas que un camino de baldosas rotas y nunca sabes dónde vas a meter el pie.
Por fin un ratito para leerte y releerteee. Impresionante, me ha gustado mucho y desde mi ignorancia me quedo maravillada al saber que todas estas palabras salen de tu mente y de tu corazon teniendo la capacidad de ponerlas en orden y compartilas con nosotrosss.
ResponderEliminarFelicidadessss mi querida escritoraaaa...