lunes, 29 de abril de 2013

¿Por qué los árboles no tienen puertas?

  Mi maldita manía y obsesión por los buffets libres de los desayunos en los hoteles, me jugó una mala pasada ese día.

  Después de toda una noche pendiente de la amenazadora araña que colgaba del techo; de la manta llena de manchas; de los charcos que rezumaban humedad del suelo en cada rincón de la casa; de la idea de pasar todo el día siguiente con los pies llenos de ampollas... corvintieron el sueño de un delicioso fin de semana en la sierra, en unas ganas increíbles de volver a mi casa.

  Al menos, el desayuno era alentador. Las jarras de zumo de naranja me sedujeron como la miel a las abejas y, sin ton ni son, me dí a la bebida.

   Al abandonar el comedor del hotel, que olía a búfalo, unos escandalosos críos casi me tiraron de bruces en la chimenea. La próxima vez, me dije, el hotel reservado no admitirá niños que vistan a los dinosaurios con velos de novia. ¡Vaya el día pintaba horrible! y, encima, se sumaban esas nubes grises cargadas de tormenta. Un día ideal para ir de excursión.

       - Tengo que entrar al baño antes de irnos.
       - No, no da tiempo, hay que aprovechar la mañana.

   Diálogo típico cuando uno a lo que va es a descansar.

   Empinadas cuestas. Ganas de hacer pipí. Charcos con peligro de profundidad. Ganas de hacer pipí. Barro con amenaza de tragarte entero. Curvas, curvas y más curvas. ¡Por Dios! y ni un maldito árbol donde descargar tanta vitamina c.
   
   Después de horas y horas viendo bichitos, alguna que otra zarza asesina y mis horribles ganas de orinar: parada en un mirador. ¡Cómo si no hubiese mejor momento para alimentar a la Canon! Esa era la mía. Tras el cartel informativo del mirador, encontré un hueco parecido al wc de los mismísimos dioses de Olimpo. Todo para mí.
  
   Con los pantalones bajados y deleitándome en el gozoso acto de deshacerme de litro y medio de zumo de naranja, miré hacia mi derecha y, horrorizada, descubrí que no estaba sola. Una excursión del Imserso, con unos cincuenta abueletes, también habían encontrado el lugar elegido para mi desahogo. Situación de lo más interesante y fotogénica que me dejó, literalmente, con el culo al aire y con mi insoportable dolor de vejiga.

 
         

2 comentarios:

  1. Esa situación, mas o menos la conozco yo. Pero..., no mencionas esos huevos revueltos que tanto te gustan y que alguién cuando fuistes hacer ese pipi, que no pudistes hacer, te hizo una foto en una posición bastante comprometida, (solo se le veian los pies)

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  2. Muy gracioso el relato y muy cierto. A quién no le ha pasado algo así?? Pero es mejor que nos quedemos con lo mucho bueno que tiene el monte y sus paseos por él. Tranquilidad, paz, sosiego y si además vamos en buena compañia, seguro que será inolvidable. Siempre encontraremos un rinconcito, por si necesitamos hacer pis. Besitos

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