viernes, 13 de diciembre de 2013

RELATOS CON ALMA

 
INCOMUNICACIÓN. 
 
La mesa estaba sin recoger. Restos de pan, cereales, mantequilla y mermelada de arándanos adornaban el mantel de plástico de fresas rojas y amarillas.

  La noche anterior Adriana había llegado tarde del trabajo. Recorrió los dos metros que la separaban del coche hasta la puerta de su casa quitándose el abrigo y casi sacándose las botas de los pies.

  -Hija, ¿ya estás en casa?- preguntó su madre desde el sillón orejero de la salita.

  -Si mamá, voy  enseguida- le contestó Adriana.

  -¿Trajiste algo de comer?

   Adriana  haciendo caso omiso de la pregunta de su madre, se fue hacia el baño, dejó el bolso     en la silla de madera de su dormitorio. Puso la radio, se quitó la ropa, cogió la ropa interior del  cajón de la cómoda y el pijama de debajo de la almohada. Miró el reloj de la mesilla de noche y se metió en la ducha. Dejó caer el agua cálida por su cuerpo y se echó la mascarilla en el pelo. Era lunes.

  Oyó la puerta del dormitorio abrirse y segundos después cerrarse.

  -Adriana hija, no sabes lo que me pasó esta mañana.

  -No mamá, pero seguro que me lo vas a contar.

 - Pues vino la vecina del 3E y me contó que su hijo se ha tenido que ir a Alemania, ¿Qué desgracia, no te parece?

-Mamá, Ramón también se fue a Alemania.

-Sí, pero es distinto, el hijo de Amalia era un chico muy inteligente, una auténtica pena que haya tenido que irse.

-Mamá, Ramón es ingeniero informático y el primero de su promoción.

-Ay hija, no se te puede contar nada, enseguida sales con malos humos. Ese chico no te convenía.

  Adriana encendió el secador del pelo, ahogando la retahíla de su madre. Cuando apagó el secador vio que estaba sola en el baño. Se ató el albornoz y entró en el dormitorio. Miró el reloj de la mesilla de noche. Se puso el pijama de franela que tanto le gustaba y apagó la radio.

  Abrió el armario y buscó la camisa, la olió y volvió a dejarla en su sitio. Buscó entre las ropas del cajón y sacó un billete de avión. La fecha databa del  15 de Marzo. Era 13 de Abril. El reloj de la mesilla marcaba las 10 de la noche. El teléfono no sonaría tampoco esta noche.

  Volvió a oír la puerta del dormitorio abrirse.

-Hija yo ya he cenado, como no salías me he preparado yo la cena. No te hice nada, no sabía, como estas últimamente más gorda, quizás sólo cenas un vaso de leche.

-No pasa nada mamá, no te preocupes, ya me prepararé algo.

-¿Vas a ver el programa conmigo?, hoy tiene que estar interesante.

-Si mamá, enseguida salgo.

  La puerta del dormitorio se cerró. Adriana miró el reloj de su mesilla de noche y se echó a llorar.

 

lunes, 2 de diciembre de 2013



  LA UTILIDAD DE LO INÚTIL.

 Me he topado por segunda vez en estos días con algo que realmente ha llamado mi atención. La primera vez fue con la publicación del libro de Nuccio Ordine, profesor de literatura italiana en la Universidad de Calabria, y cuyo título es el mismo que da nombre a este comentario, "la utilidad de lo inútil". El libro es un manifiesto, a modo de resúmen, que nos llama a defender ese ámbito que nos hace esencialmente humanos como es la cultura enfrentada a la dictadura del beneficio. Es decir, si algo no da beneficios no vale. Y quiero resaltar un pequeño párrafo del libro que no tiene desperdicio:
  "En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte".
  Un libro que, sin duda incluiré en mi biblioteca. Un alarde total de verdades como puños que, desde la humilde posición de un profesor, sin duda, un lugar estratégico para hacerles llegar a los jóvenes su denuncia a una cruda realidad cada vez más palpable, la idea de que la cultura no es productiva, no vende, no es competitiva y por tanto, no merece la pena invertir en ella. 
  Este autor denuncia también, entre otras cosas, las reformas que han convertido a la universidad en Italia en empresas y a los estudiantes en clientes, lo que significa matar el saber, olvidando la base de lo que era la educación, crear personas conscientes y capaces de ser críticas huyendo del conformismo. Instando a sus alumnos a ir a la universidad no por un diploma si no para ser mejor personas.
  También llama la atención a los políticos, que se basan exclusivamente en los sondeos, haciendo de el "hommo economices"  el que verdaderamente gobierna todos los aspectos de nuestra vida. 
   Ya lo decía Víctor Hugo en 1848, "Vosotros estáis talando la excelencia del país. Cada escuela que abrimos es una cárcel que cerramos".

  Por otro lado, leí un artículo de Juan Manuel de Prada en el que ponía de manifiesto como el capitalismo, al introducir el concepto de "bienestar", trastocó por completo el sentido de la vida honesta. Pero aquí no voy a entrar, cada cual con su conciencia y con lo que significa vivir con honestidad. Esto me lleva directamente a decir que las necesidades espirituales son las únicas ilimitadas en una vida honesta y que estas son gratis al igual que lo es la cultura. Por lo tanto, ¿qué es lo realmente inútil de todo esto? Para mí lo realmente inútil es empobrecer el espíritu dando rienda suelta al consumismo y matando lo que siempre fue la mejor arma con la que luchar: La Cultura.

            

viernes, 22 de noviembre de 2013



  Hoy comparto con vosotros este relato que escribí hace tiempo y con el que participé en un concurso. No hubo suerte. Pero creo que es divertido y os puede hacer pasar un buen rato, así lo espero. Además lo cuelgo como petición insistente de mi mejor crítica. A ella se lo dedico.


 


CAFÉ MASTICADO
    El aire era persistente, la tenía loca. El zumbido de las tejas al moverse en el tejado, la tenían en vela desde hacía tres noches. No sabía si tomarse un Valium o irse a dormir al raso, al menos allí no le daría la sensación de que se le iba a caer la casa encima. Mañana tendría que volver a llamar para que le reparasen el tejado o acabaría como Dorothy buscando al Mago de Oz para volver a casa.
    Su hermana había estado esa mañana, bien temprano, para no variar, despertándola cuando casi se había dormido, para traerle otro pastel de zanahoria, de esos que odiaba, pero que a su hermana, a quien todavía no se habían atrevido a decirle que lo suyo no era la repostería, le relajaba su elaboración, cuando, después de otra pelea con su marido y al parecer, ignorando que existía el divorcio, la martirizaba una y otra vez llevándole pasteles. “¡Qué manera más empalagosa de ahorrarse un psicólogo!”.
    Y allí estaba ella, preparándose un café tan cargado que casi se podía masticar y con la sensación de no haber dormido en un mes. ¡Odiaba ese viento! Se quedó parada un momento. “¿Qué oigo?”.  Exacto. Nada. Parecía que el aire había amainado. Era la hora de salir al porche a investigar qué objeto extraño, identificado o no, había traído el aire hasta su puerta esta vez. La semana pasada fue una lavadora arrancada, literalmente, de algún patio trasero que había llegado arrastrándose hasta allí. Otro día unas bragas de la talla XXXL se habían estampado, también literalmente, contra su cara  al abrir la puerta.
     Había desistido de ir a la peluquería. No creía que hubiese en el pueblo manos  capaces de desenredar su pelo cuando llegase allí  ¿Pero de dónde demonios viene este viento?­”. Parecía la mismísima furia de Zeus azotando, como quién no tiene nada que hacer, un pueblucho perdido en la nada. Salió al patio con cautela, con miedo a la “braga voladora”. Su vecino, el tío bueno, estaba regando las plantas. ¿Cómo podía un ser tan angelical y macizo llenar todas sus expectativas? Pero, no, no era amor, no nos engañemos. Aunque si le invitase a un café…ella llevaría la tarta de zanahoria…una cosa llevaría a la otra, “¡basta!, ¡maldita mente calenturienta!”.
   A pesar de sus cavilaciones, percibió algo extraño en el ambiente, en el vecindario, faltaba algo, algo a su vista, ¿dónde diablos estaba su coche? “¡Dios!, ¿es que ha salido volando?” Rápidamente se puso su chándal y salió decidida a buscarlo. ¿Cómo era posible?, ¿qué fuerza del mismísimo infierno podía haberse llevado su coche? Salió caminando y desesperada buscando indicios, sospechando encontrar un amasijo de hierros por algún lado, ahora una rueda, ahora el parachoques, pero no veía nada.        Subido en un árbol, como si colgase de un clavo, vio al gato de sus vecinos, los Testigos de Jehová,  “¿cómo pueden después de diez hijos alimentar también a un pobre gato?”,  el animalito se ve que se había aventurado demasiado alto y no alcanzaba a bajar. Se acercó y estiró los brazos para alcanzarlo pero el puñetero gato, lo que hizo fue soltarle un manotazo con todas sus “uñitas” abiertas, “pero, ¿quién me mandaría a mí a hacer de Juana de Arco?”. Y dolorida se fue. Habría que seguir buscando al “coche volador”.
    El aire había hecho estragos en todo el vecindario. Los cables de la luz formaban un amasijo de hierros encima de sus postes de madera. Lo que quería decir que nada de TV, nada de teléfono, nada de nada, “uaaah, ¿qué voy  hacer yo ahora contra mi insomnio si no puedo ver al menos los clásicos de la TVE2?, ¿qué voy a hacer yo sin Bette Davis y sin Rita Haywort?”. Y ni rastro de su coche.
   La gente iba como loca por la calle. El aire era denso y caliente. Torbellinos de paja seca se repartían por la carretera en uno y otro lado de la calle. Y los jardines, ¡qué desastre!, macetas caídas, árboles arrancados de cuajo, farolas torcidas, sombrillas vueltas del revés, dejando su esqueleto desnudo al descubierto, un auténtico caos.          Y ni rastro de su coche. Las alarmas de los otros autos, que seguían aparcados, sonaban llevadas por la autonomía de verse zarandeados por el increíble aire. “¡Y yo con este sueño!, y al final ¡se me irá la inspiración!”. Siguió caminando, bordeando calles.     Preguntó, como loca, a cada vecino que se encontraba, la absurda pregunta, hasta a ella le resultaba de locos, que si habían visto su coche .La cara de ellos mejor no describirla.
    El taller de Billy se encontraba a dos manzanas de allí y decidió ir a preguntarle, tal vez lo habían robado y, misteriosamente, le habían llegado algunas piezas o algo extraño, no perdía nada por preguntar, lo único que podía perder  ya era su reputación y esa ya se había perjudicado bastante por el camino. Empezaba a hacer calor. Notaba el sudor bajando por la espalda y pegando la camiseta de algodón a su cuerpo. Este clima cada vez más raro. “¡Qué lejos está el taller de Billy!”, le podía haber pedido el favor a su vecino, “- si, perdona que te moleste, es que creo que el aire se ha llevado mi coche, ¿te importaría acompañarme a buscarlo? -”. Claro que podía ser más humillante aún, “- si, perdona, es que creo que este aire huracanado me ha teletransportado y no encuentro mi coche, ¿podrías ayudarme a buscarlo? -”. Cada día estaba más segura que lo mejor era dejar el Valium. Pero, lo cierto, es que no encontraba su coche, “Llamaré a la policía, les daré una oportunidad a esos que nunca encuentran nada. No, no llamaré a la policía. Demasiadas preguntas”. Se estaba mareando. Después de tres noches de insomnio, su frustración amorosa, los malditos pasteles de zanahoria y el café masticado, lo que menos le apetecía era la chulería de un oficial de policía que no tenía otra cosa que hacer en el día que bajar gatos de los árboles, y hoy ni eso, “¡maldito gato!, con lo agradable que sería estar ahora en la cama, durmiendo”. Siguió caminando hacia el taller.
   Era época de cerezas y los cerezos que habían quedado de pie, eran un espectáculo. Olía a leña, a césped mojado y a margaritas. Todo eso le traía recuerdos del campo. Cuando podía ir al campo. Una maldita alergia a todo se lo impedía ahora. Recordaba cuando jugaba con Tom en los campos de trigo. Se pasaban horas y horas adivinando el nombre de los pájaros; construyendo casetas en los árboles... Jugaban a esconderse y a ver quién resistía más tiempo en tierra, sólo con el ruido de las chicharras y aguantando la respiración para no oír a las serpientes. Había muchas por aquél lugar. Una vez le mordió una a Tom pero no resultó venenosa, aunque si le causó mucho dolor. Sí, de pequeña había sido un poco Tom Sawyer; un poco gamberra, pero muy feliz. Una infancia inocente y llena que la ciudad había dejado atrás con sus ruidos y sus prisas. Lo recordaba con cariño. Otra etapa de su vida, ni más ni menos. Pero “¿qué será de Tom?”. Ahora no sabía nada de él. Recordaba el diálogo que tuvieron una vez paseando por la orilla del río que había cerca de la casa del campo:
            “- Que sí, -se empeñaba en decirle Tom- que las nubes son volutas de humo que dejaron los indios para que, cuando los echasen de sus tierras, supiesen volver, encontrar el camino.
            - Si las nubes no dejan de moverse -le replicó ella- Pues es más fácil y mejor        hacer un camino de piedras.
            - No, no es lo mismo echar piedras por un sendero que se van perdiendo y así,     con las nubes en el cielo, es más fácil. Y lo sé porque que soy mayor y...”
    “¡Qué imaginación la de Tom!” Siempre empeñado en dar respuesta a todo lo que su cabecita pensaba. Recordó también la vez que le escondió un tirachinas que él adoraba. Tom pensó que había perdido su tirachinas favorito. Cuando se enteró estuvo tres días sin ir a verla. Con este recuerdo se le hizo un nudo en el estómago “Pufff, ¡fue horrible no verle todo ese tiempo!, ¡cómo me arrepentí de aquello!”. Los padres de Tom eran gente humilde, vivían en una pequeña casita en lo alto de la montaña. Cada mañana, Tom bajaba a la pequeña escuela, después de caminar 50 minutos, y descansaba en la misma piedra antes de entrar en la escuela. Allí fue donde lo conoció. Miraba para un lado y para otro, dándole vueltas entre sus manos a un viejo tirachinas. Su mochila de los libros era una vieja bolsa toda roída con un enorme caballo blanco levantado sobre las dos patas traseras, no podía olvidar esa vieja bolsa. Sus rodillas estaban hechas una pena, llenas de costras, y recordó lo primero que pensó de él ¡vaya desastre de rodillas!, ¿es que se tirará montaña abajo para llegar antes?”.
    Nunca olvidó a Tom.  La casa del campo se vendió, y a raíz de ahí vinieron todas las alergias. Alergia a los coches, a las carreteras asfaltadas, a los bloques de viviendas, a los centros comerciales, a las vecinas cotillas, al autobús, que se obligaba a coger todos los días para combatir su fobia a los pasamanos y a los gérmenes. Su psicóloga se lo había recomendado, lo mejor era afrontarlo de lleno, subiéndose a un autobús y haciendo todo el recorrido de pie, agarrada a una barra, “¡qué asco!”, le entraba ansiedad sólo de pensarlo. No soportaba los chicles pegados a los asientos, con manchas de no se sabía qué, de la respiración de otro en su nuca, de la axila de otro pegada a su brazo. Vale. Lo reconocía, tenía sus manías. Era una mujer de 35 años con manías. Tampoco era ninguna novedad. Los hombres perdían horas y horas ante un videojuego y no iban al psicólogo, o si, bueno da igual. Su vida era un auténtico desastre. Eso era ella, un puñetero desastre.
    De pronto, como si le hubiese caído una maceta en la cabeza, cosa que no hubiese sido rara, recordó algo que la paró en seco. Su coche. “¡Pero cómo puedo estar tan mal de la cabeza!”. Recordó la noche anterior. Su hermana la llamó. Pasaría por la mañana temprano y se llevaría su coche para ir al trabajo porque el suyo estaba averiado. Su hermana, a la que todos en el pueblo conocían, había estado de un lado para otro con su coche, mientras ella, como una absoluta imbécil, como la prima hermana de Bridget Jones, había estado preguntando por todo el pueblo por él, ¿se podía hacer más el ridículo? Sí, aún sí, cuando miró hacia abajo y vio que llevaba las zapatillas de cabeza de oso puestas en los pies. No podía ser. Todo el tiempo había ido caminando con ellas, “¿qué más puede pasarme?” Alzó la vista y ahí estaba él, con su cara de ángel, preguntándole la hora. Definitivamente este aire venía del mismísimo infierno.

jueves, 14 de noviembre de 2013



Me gustaría compartir con vosotros este precioso microrelato de Juan Pedro Aparicio. Es muy bonito como condensa en tan pocas lineas toda la vida del personaje, como sin necesidad de que exista un planteamiento ni un nudo en la historia, llegas a conocer profundamente y sin adornos toda su vida. El relato es como una píldora de realidad en dos minutos de lectura. Para mi gusto, precioso.


  Rememoración final.

    Supo de inmediato que el paracaídas no se le abriría. Pero, debido a la mucha altura, todavía tardaría varios minutos en estrellarse contra el suelo. Era tan joven que tenía muy poco que rememorar de su vida pasada mientras se dolía por la pérdida de aquella otra que ya no iba a conocer.En su mente se produjo entonces una súbita aceleración. No tenía novia, pero conoció a una chica en la piscina y se casó con ella.
   Tuvieron dos hijos. El mayor se hizo militar como él. El menor, cosa sorprendente, guionista de televisisón; y no le fue mal.Sus nietos, sólo dos, se llamaron Daniel y Adela, nombres que no tenían tradición en su familia. 
  Sólo sentía la pena de no vivir lo suficiente como para asitir a la boda de su nieta, aunque, por viejo, se había acostumbrado a la muerte como a un animal de compañía. Y él, cuando su cuerpo se rompió contra el suelo, ya había superado los ochenta y tres años de vida.
 
RELATOS CON ALMA.

  ALGO MÁS QUE UN REGALO.

  El embarazo empezaba a delatarme sin compasión. Mi tripa crecía, haciendo cada vez más difícil mi rutina diaria en el instituto. Mamá, ni siquiera se había dado cuenta;demasiado ocupada trayendo dinero a casa. Papá, ni siquiera se había dado cuenta; demasiado fútbol.

  Una y otra vez, mi cuerpo luchaba por mantener algo en mi estómago. Las noticias de las 6, anunciaron ese día que los aviones no saldrían de Barcelona por una densa niebla que amenazaba con permanecer al menos 24 horas más. Me tocaba retrasar mi vuelo. De todas formas, veía cada vez más complicado mi Erasmus en ese estado. Permanecer en Irlanda un año, me iba a resultar de lo más difícil si el embarazo continuaba. Sólo estaba de dos meses pero mi cuerpo no pesaba más de cuarenta y cinco kilos, con lo cual, mi tripa era muy sospechosa.

  Elena estaría a mi lado si abortaba.Quizás, era la única  persona que podía entender el por qué de aquella locura.

  Clara no era felíz. Se debatía entre la vida y la muerte en una cama de hospital, a la espera de un corazón. Ramón, noche tras noche, presenciaba como se iba yendo, llenando sus días de impotencia y desesperación. Pero Clara asumía su destino, ¿qué otra opción le daba la vida?.

  "El destino- me decía cuando iba a visitarla- es como un camino con baldosas rotas en medio de una calle oscura. Tú caminas sin ver donde vas a meter el pie en ningún momento".

  Faltaba una semana para decidirme si me iba o no a Irlanda. Todo estaba preparado. Una locura, una puñetera locura.


  Y entonces sucedió lo que llamamos, inocentemente, una ráfaga de buena suerte. Yo estaba desayunando mis cereales con miel, como todas las mañanas, cuando sonó el teléfono. Mamá fue a contestar. La cocina permanecía abierta al patio, a pesar, de que el maldito gato de los vecinos estaba harto de llevarse comida. A mitad de camino hacia mi boca dejé la cuchara en suspenso. Mamá gritaba una y otra vez-¡Que alegría Clara hija, no me lo puedo creer!¿Cuándo será el trasplante? ¿Te han dicho la fecha? ¡Dios mío que alegría!


  Por fin, un corazón para Clara, sólo faltaba esperar las pruebas y preparar la operación. La vida le daba a mi hermana un nuevo guiño. Yo era felíz. Mi hermana y su nueva oportunidad.

  Recordé entonces una conversación con Clara un año atrás, poco después de saber que estaba muy enferma, cuando volvió a sufrir otro aborto. Era el tercero, pero estaba decidida a llevar adelante su embarazo a pesar de las advertencias de su médico. Pero no fue posible, ya que su corazón estaba cada vez más débil y era inminente la necesidad de un trasplante. Aquello truncó sus pocas esperanzas.

  Yo sabía lo importante que era para Clara ser madre. Desde pequeñas, la afectividad materna no fue un ejemplo a seguir. No culpábamos a mamá de estar siempre tan ocupada, la culpábamos de no admitir que hubiese preferido no ser madre.

  La decisión estaba tomada. Me iría a Irlanda con mi secreto en la mochila. Al regreso, sobrarían las explicaciones porque cuando algo ya no tiene solución es absurdo razonarlas.

  Pero, la tarde antes de mi salida hacia mi Erasmus, Clara se quedó sin corazón. La burocracia de transplantes había dejado, de nuevo, a mi hermana a la espera de un milagro para poder sobrevivir. La niebla me dejaba marchar pero la duda me ataba las tripas y me planteé desistir del viaje y quedarme junto a Clara, a pesar de tener que dar muchas explicaciones.

  Subí a la cuarta planta donde Clara estaba ingresada. Habitación 322. Clara estaba pálida pero me esperaba con la misma dulzura en su cara.

  -Cariño, tienes que hacer este viaje, aquí no puedes hacer nada, sólo serán unos meses y ya me han dicho que, tal vez, no tenga que esperar tanto. Cuando vuelvas de esa maravillosa aventura, yo mísma iré a recibirte. Haz ese viaje por mí, te lo mereces.

  El avión salió a las 7 de la mañana, la niebla estaba bastante disipada y papá había ido a despedirme a la terminal, mamá estaba en una reunión.

  A través de la ventanilla observaba pasar las nubes, el cielo estaba tan cerca, me sentía feliz de empezar a vivir por mi mísma y felíz porque al regresar Clara, seguramente, estaría más recuperada. El sueño empezó a vencerme despacio, muy despacio.

  El impacto no fue tan traumático, nada lo fue en realidad. La velocidad de la inercia de la avión al chocar contra el océano, ayudó a que mi corazón dejara de latir antes de sentir el golpe.

  Las noticias de las 6 anunciaron el accidente. Ningún superviviente, el océano se los tragó a todos.

  En el hospital, la televisión estaba sin monedas. Ramón bajó al bar a conseguir cambio cuando en la televisión de la cafetería oyó la noticia. Era el avión en el que iba Teresa; tenía que decírselo a Clara. Un torbellino de pensamientos le vino a la cabeza. Aquella tarde en su casa, Clara estaba trabajando y Teresa vino a verle. Aquello estaba mal, pero adoraban a Clara y lo decidieron en la segunda taza de café. Teresa estaba dispuesta a ese sacrificio por su hermana y él tendría ese hijo tan deseado. Al fin y al cabo, era una decisión de ellos dos y de nadie más. En Irlanda, un buen amigo suyo iba a velar y a cuidar de Teresa durante el embarazo...

  Ramón apuró el vaso de agua pensando que nada estaba decidido, que el destino, como decía Clara, no era mas que un camino de baldosas rotas y nunca sabes dónde vas a meter el pie.
 

miércoles, 5 de junio de 2013

115 AÑOS. NACIMIENTO DE UN POETA.

  Si muero,
 dejad el balcón abierto.

 El niño come naranjas.
 Desde mi balcón lo veo.

 El segador siega el trigo
 desde mi balcón lo siento

 ¡Si muero, dejad el balcón abierto!

 115 años de la desaparición del poeta de la Andalucía oculta. Al que se le negó la madurez, en una España de mantilla y rosario, de cotillas en las puertas y de un verdugo vestido de verde al que le sobraba soberbia e ignorancia.
Poeta de juventud. Se proclamaba "vidista". Vivir y ver vivir era su lema. Víctima de una guerra absurda, como todas las guerras. Una guerra entre hermanos de sangre. Una guerra que nos dejó una estela de viudas y huérfanos que desde la tumba hoy comparten con él su poesía y su forma de sentir la vida. Hasta siempre al poeta granadino.    

lunes, 29 de abril de 2013

¿Por qué los árboles no tienen puertas?

  Mi maldita manía y obsesión por los buffets libres de los desayunos en los hoteles, me jugó una mala pasada ese día.

  Después de toda una noche pendiente de la amenazadora araña que colgaba del techo; de la manta llena de manchas; de los charcos que rezumaban humedad del suelo en cada rincón de la casa; de la idea de pasar todo el día siguiente con los pies llenos de ampollas... corvintieron el sueño de un delicioso fin de semana en la sierra, en unas ganas increíbles de volver a mi casa.

  Al menos, el desayuno era alentador. Las jarras de zumo de naranja me sedujeron como la miel a las abejas y, sin ton ni son, me dí a la bebida.

   Al abandonar el comedor del hotel, que olía a búfalo, unos escandalosos críos casi me tiraron de bruces en la chimenea. La próxima vez, me dije, el hotel reservado no admitirá niños que vistan a los dinosaurios con velos de novia. ¡Vaya el día pintaba horrible! y, encima, se sumaban esas nubes grises cargadas de tormenta. Un día ideal para ir de excursión.

       - Tengo que entrar al baño antes de irnos.
       - No, no da tiempo, hay que aprovechar la mañana.

   Diálogo típico cuando uno a lo que va es a descansar.

   Empinadas cuestas. Ganas de hacer pipí. Charcos con peligro de profundidad. Ganas de hacer pipí. Barro con amenaza de tragarte entero. Curvas, curvas y más curvas. ¡Por Dios! y ni un maldito árbol donde descargar tanta vitamina c.
   
   Después de horas y horas viendo bichitos, alguna que otra zarza asesina y mis horribles ganas de orinar: parada en un mirador. ¡Cómo si no hubiese mejor momento para alimentar a la Canon! Esa era la mía. Tras el cartel informativo del mirador, encontré un hueco parecido al wc de los mismísimos dioses de Olimpo. Todo para mí.
  
   Con los pantalones bajados y deleitándome en el gozoso acto de deshacerme de litro y medio de zumo de naranja, miré hacia mi derecha y, horrorizada, descubrí que no estaba sola. Una excursión del Imserso, con unos cincuenta abueletes, también habían encontrado el lugar elegido para mi desahogo. Situación de lo más interesante y fotogénica que me dejó, literalmente, con el culo al aire y con mi insoportable dolor de vejiga.

 
         

martes, 23 de abril de 2013


DIA DEL LIBRO

  Un año más la celebración, el libro como un hecho a festejar.
  Tal día como hoy, en el año 1616, fallecían Cervantes y Shackespeare, y nacían, en otros siglos, autores conocidos y reconocidos de nuestra literatura. De ahí la selección de esta fecha tan especial.
  Desde el soporte más antiguo de escritura como fue la piedra, pasando por la arcilla en la antigua mesopotamia, por las láminas de bambú y la seda en China, en el segundo milenio a.C. con la ayuda de pinceles. Hueso, bronce, cerámica, escamas, etc... hasta la revolución digital del s. XX.
  El lenguaje hablado, a lo largo de la historia, se nos ha quedado corto, hemos ido avanzando en la imperiosa necesidad de comunicarnos, dando rienda suelta a nuestro ingenio. La mente humana siempre ha sido curiosa y reflexiva.

  La historia del libro es la historia de la humanidad, de la necesidad de abrirse al mundo a través de las palabras.
  Un medio para reconocernos por fuera tal como nos sentímos por dentro.
  Cada vez que comienzo un libro, comienzo un capítulo más en mi vida. Me adentro en un mundo que hará que mi mundo, en mayor o menor medida, cambie.

  Ningún libro pasa por tu vida dejándote indiferente, te crean una idea, al menos para deducir que te es o no indiferente.
  Tal vez no tienen ese hilo conductor que hace falta para que el autor y yo, como lector, conectemos. Ese hilo transparente que sí te llega con otras historias, que hacen sentir en tu mente y en tu piel toda la trama de una historia hecha precisamente para eso, hacerte sentir.
  Entre el autor y el lector tiene que nacer la magia. Primero la magia comienza entre el autor y la trama que nace en su cabeza. Le hace sentir cosas, le obsesiona, le quita el sueño. Cada recopilación que hace para su historia lo ahonda más en esa obsesión. Lo culturiza a la vez que lo absorbe.
  Existe una simbiosis entre el autor y la trama que, como un parásito, vive dentro de él.
  Cuando aprendemos de pequeños a leer, jugamos a un juego de asociación, de juntar sonidos que van creando un sentido.
  Cuando aprendemos a vivir lo que leemos, descubrimos nuestro verdadero mundo interior y éste es infinito.
   Y como decía el novelísta y ensayista francés André Maurois:"La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta".
  FELIZ DÍA DEL LIBRO.